Juguete roto

Seguro que has visto alguna vez la imagen de un niño con su juguete roto en la mano… Para ellos es más que un juguete. Es un amigo. Es un compañero de buenos momentos. Pero se ha roto. Ya no sirve, al menos para aquello para lo que venía sirviendo.

Pero el niño se ha quedado sin juguete. Se rompió. Recuerdo la pena de mis hijos, cuando eran pequeños, al ver que su juego preferido dejaba de funcionar…nosotros, como mayores, no solemos entender el sentimiento y nos parece, por lo menos, desproporcionado. Y no les solemos hacer caso y más bien tendemos a recordarles que solo era un juguete. No. Para ellos, no. Sin querer cargar mucho las tintas en nuestra incomprensión y sin querer tampoco convertir un juguete que se rompe en un trauma infantil, si quiero aprovechar para reflexionar juntos sobre algunas ideas alrededor de esta experiencia.

¿Qué significa para los pequeños el juguete roto? Seguramente, uno de sus primeros encuentros con el sentimiento de frustración, con la tristeza y con el momento de descubrir que las cosas no son eternas. La mayoría de las veces su sentimiento nos pasa desapercibido.

Vamos paso por paso viendo lo que nos sugiere esta imagen. Lo primero es su encuentro con la frustración. Tenemos que hacer una pedagogía que incluya la frustración. La idea fundamental es enseñarles a convivir con nuestras y sus limitaciones. Me gustaría que el juguete durara siempre, pero no es así. Es necesario que eduquemos en esta realidad, porque la vida les va a presentar muchos momentos en que se va a topar con sus límites. Sin embargo, no es lo habitual y se suele educar, muchas veces, sin límites. Desde la logoterapia creemos que ante las cosas negativas que nos suceden en la vida, tenemos la posibilidad de responder con nuestro cambio de actitud. Si no dejamos que se enfrenten a ello, les estamos privando de la posibilidad de responder desde el sentido.

Cuando el niño reacciona con tristeza ante su juguete roto, hemos de reconocer y acoger este sentimiento. Creo que en estas dos palabra se recoge lo fundamental: reconocer el sentimiento es aceptar que existe, a pesar de que nos cuenta aceptar que los niños puedan estar tristes; reconocer implica darle validez, no pasa nada por estar triste, es normal estarlo (y evitar juicios sobre los motivos, porque no resulta muy tentador decirles que eso no es motivo para estar tristes, que no tiene por qué estar así…). Es su sentimiento y reconocemos que tiene derecho a sentirse así.

Acoger, implica tanto hacerlo con el sentimiento y su expresión como acoger a nuestro hijo cuando tiene ese sentimiento. Acoger es hacer un hueco en nuestro corazón para el otro, preparar un lugar donde se sienta reconfortado. Deja que exprese la tristeza, que llore si es necesario y le apetece, porque los sentimientos tienen que ser expresados. No coartes  su forma de expresión. Y acoge al niño, muéstrale tu cercanía, tu comprensión, que empatizas con su sentimiento y con la forma en que se siente. Cuando nos sentimos aceptados y acogidos, somos capaces de ver las cosas de otro modo, sin angustia, sabiendo que tenemos un apoyo que acepta. Desde la resiliencia, se habla del “nicho familiar”, de ese lugar seguro dentro de la familia donde me siento seguro. Es fundamental para poder aceptar los momentos duros de la vida. Y se construye con detalles tan pequeños como aceptar su tristeza y llanto por un juguete que ya no funciona. De lo pequeño, se va creando la sensación de mirar la realidad de un modo diferente.

Dando un salto importante, creo que podemos reflexionar ahora sobre el duelo en los niños. El duelo lo solemos entender referido a la muerte, pero no siempre se refiere a ello. Aprendemos a vivir el duelo en las cosas pequeñas de la vida, la muerte de una mascota o de un juguete… de ahí aprendemos a afrontar el duelo por las grandes situaciones de la vida. No minusvalores ninguna situación por pequeña que te parezca, porque en ellas es donde aprendemos.

El duelo en los niños no se suele manifestar como en los adultos. Llanto; tristeza; hiper  o hipoactividad; cambio de sentimientos, desde la alegría a la tristeza pasando por todos los intermedios; pocas ganas de jugar; bajo rendimiento escolar; apatía, ira (dejar que exprese la rabia, pero no de cualquier modo, sin permitir un mal comportamiento) …. Todo esto son posibles manifestaciones. En el fondo, lo que nos hace seguir la pista de que están viviendo un duelo es que se produce un cambio en su forma habitual de ser y de relacionarse. Algo, detectamos, no funciona como suele funcionar. Y tenemos que incluir entre las posibles  causas que esté pasando por un momento de duelo. Insisto en que lo debemos incluir porque muchas veces se nos escapa y no somos capaces de verlo. Como les ocurría a los padres de Magdalena, que veían comportamientos extraños en su hija, pero no sabían a qué se debía. Tras algunas sesiones, me di cuenta de que estaba viviendo el duelo por una cuidadora a la que conocía desde hace años y que ya no estaba más con ella. Darse cuenta de ello, transmitirlo a los padres, fue el primer paso para ayudar a Magdalena a asumir la situación.

 

Algunas ideas para los pequeños y grandes duelos:

 

  • Atiende al sentimiento de culpa. Prácticamente siempre está presente, porque los niños no saben qué ha ocurrido y su tendencia es a buscar culpables; generalmente, se culpan a sí mismos, porque su pensamiento es muy egocéntrico (entendido en el buen sentido, en el de que todo lo pasan primero por su experiencia y se atribuyen todo lo que ocurre). Ayúdale a entender que esto que ha ocurrido no lo ha provocado él o ella ni con su comportamiento, ni con sus pensamientos ni con su sentimiento. Libera de la culpa que puede sentir, haciéndole entender que a veces, los juguetes se rompen y las personas o los animales mueren. Y que forma parte de la vida, del “ciclo de la vida” que conocen bien si han visto “El rey león”. Explica, de modo que lo pueda entender, las razones que han llevado a esta situación.
  • Aprovecha para que aprendan a agradecer por el tiempo disfrutado. Por los buenos ratos con el juguete o con su pececillo. Agradecer es una forma de honrar todo aquello que hemos vivido…. Y eso no hay quien lo quite.
  • No “quites hierro” a lo que siente y le ocurre. El dolor, duele. Y hay que transitarlo.
  • ¿Y si el duelo es por muerte de alguien cercano? Acepta su dolor y sus manifestaciones y ten el radar puesto para ver el sentimiento de fondo. No le alejes del posible sufrimiento (“mejor que no lo sepa”, “ya se lo diremos”,…) ellos captan los sentimientos y pueden sufrir con la incoherencia que manifestamos. Pon de tu parte todo el amor, serenidad y franqueza de que dispongas. Necesitan saber la verdad. Y necesitan saber que nuestro sentimiento es de tristeza, que estamos tristes, que se nos escapan las lágrimas,  que no pasa nada nada porque nos vean llorar (así entienden que era importante para nosotros, porque si duele es porque había amor). Vernos tristes valida su sentimiento. Vernos fingir, no concuerda con su propio sentimiento.
  • Ten en cuenta que, ante una pérdida, ellos sienten mucha inseguridad y a veces terror. Si esto ha ocurrido, puede volver a ocurrir. Y puede que afecte a uno de los seres más importantes en su vida. El primer encuentro del niño con la muerte provoca una pregunta  por su propia vida y, sobre todo, por la de sus padres (“¿tú también te vas a morir? ¿me voy a morir?”). Dale, por lo menos, la seguridad de que ahora no tiene que preocuparse por ello, que es cierto que todos morimos, pero que ahora no es el momento de pensarlo, porque lo normal es que falte mucho tiempo para ello. No le mientas, con esas frases del tipo “yo nunca me voy a morir”, “siempre estaré contigo”… No existe lo “piadoso” ante esto. La muerte es irreversible y nos llega a todos.
  • Los rituales ayudan mucho a la despedida. La imagen del niño que entierra en una caja de zapatos a su pajarillo muerto, el ritual de “devolver al mar” un pez,… todo nos ayuda a elaborar el momento.

 

El juguete roto es una metáfora de todo lo que funcionaba en nuestra vida y ha dejado de funcionar, de todo lo que ya no está, de que todo tiene fecha de caducidad.