
21 Abr Nada es eterno. La fecha de caducidad.
Cuando yo era pequeño, las cosas parecían no caducar nunca. No recuerdo que absolutamente todos los productos tuvieran impresa una fecha tope de consumo. Ahora nos resulta impensable que no lo tenga.
Nosotros también tenemos una fecha de caducidad impresa en algún sitio de nuestro recorrido vital. Y este virus que ahora nos amenaza nos recuerda que cualquiera de nosotros puede contagiarse en un momento determinado. Y que todos estamos expuestos. El virus nos recuerda que no somos eternos, que nada dura eternamente. Las cosas y personas tenemos un fin. Nuestros hijos lo han aprendido desde que vinieron al mundo, y se relacionan con las cosas sabiendo que no son eternas, que se agotan, que se rompen. Y que todo es reemplazable. Lo aprenden de las cosas, pero fácilmente se extiende a una forma de pensar en general. La idea asumida es que las cosas no son eternas, y no sólo las cosas materiales, sino todas las realidades de la vida. Todo tiene su lugar dentro de un ciclo. Y resulta que un virus nos recuerda que este ciclo se puede romper, que hay brechas y que a veces pasa lo que ni nos atrevíamos a pensar.
Esta forma de pensar, en que todo tiene un principio y un fin, se extiende más allá de lo material y se aplica, por ejemplo, a las relaciones humanas, al trabajo, a la pareja…. Es cierto que hay que tener en cuenta que no todo es tan eterno como pensábamos… pero hay que luchar por ello; que, aunque cueste, existe la posibilidad de reparar, no siempre, pero si en algunas ocasiones. Y no rendirse ante el primer contratiempo. Porque la sensación de que todo tiene un fin –muy asumida- lleva a veces a aceptar fines prematuros, a dar por bueno que también las amistades se acaban (lo cual es cierto en ocasiones) y que no se puede hacer nada…. ¡Siempre se puede aprovechar al máximo!
No hace falta llegar a la muerte para darnos cuenta de que este virus ha hecho que muchas cosas que dábamos por supuestas en nuestra vida ya no son tan evidentes. De un modo u otro, la cuarentena nos impide hacer muchas cosas que antes creíamos que nunca se iban a cuestionar… un café con los amigos, un abrazo, el mismo darnos la mano, ir al cine o al teatro…
El coronavirus nos da una lección: tú no controlas la fecha, no controlas el momento. Por eso lo único que puedes hacer es prevenir y hacer todo lo posible por mantenerte alejado de focos de contagio. Creo que no se insistirá bastante en la necesidad de quedarse en casa, de resguardarse para no contagiarse ni contagiar. Hasta el momento en que haya test suficientes (y a ser posible fiables, por dios) todos somos posibles portadores. Así que a intentar mantenerse a salvo. Admito todas las excepciones que sean… pero no el descuido ni la falta de compromiso de algunos.
Ya que sabemos que no somos eternos, ya que hemos caído en la cuenta de que, también, tenemos caducidad, veamos qué podemos hacer con esta seguridad:
- Vive consciente de que esta amenaza invisible puede presentarse. No es para vivir angustiado en demasía, sino para tomar conciencia. Cuando me doy cuenta de que quizá no tengo tanto tiempo, se me quitan las ganas de rematarlo al máximo. Intenta no llegar a ese extremo. No hace falta apurar tanto… no hace falta enfadarse hasta el punto de no hablarse, por ejemplo, sino que es posible hacer algo antes de que casi sea inevitable. Hay muchas cosas en la vida que es mejor disfrutar antes de que se estropeen. Y si puedes evitar que se deteriore, que pase el momento en que pasan a estar caducadas, mucho mejor. Precisamente porque tienen fecha de caducidad, no he de dejarla llegar (y que se deteriore) y puedo aprovechar mientras existe para disfrutarlo.
- Ni nosotros ni los demás estamos libres de esta marca. Por eso me relaciono con los otros sabiendo que el virus está ahí. Disfruta el valor intrínseco de las cosas, ese valor que tienen por existir, por ser tal como son y, por supuesto, reconoce el valor de cada persona en tu vida. Que se pueda acabar, romper o caducar no significa que mientras dure no haya que disfrutarlo.
- La fecha de caducidad nos enfrenta con nuestra finitud, con la sensación y realidad de que no somos eternos y que, nosotros también, tenemos fecha tope inscrita. Por suerte, saber que lo somos, es un estímulo para vivir el momento presente con toda la fuerza y responsabilidad. Ante las personas que queremos, podemos transmitir el sentimiento de que podemos vivir de forma responsable y aprovechar cada momento.
También los momentos de dificultad se acaban. Hay una especie de mantra que suelo repetirme cuando las cosas no van como espero, que es recordarme que “esto también pasará”. Sí, todo pasa. Todo es finito. El virus, tarde o temprano, también será vencido.