Caricias para el alma

Cuando Tim Guènard vio, en la calle, a un padre decir a su hijo “estoy orgulloso de ti”, decidió que transmitir ese mensaje sería una de las tareas de su vida.  Él mismo lo expresa de este modo:

“Oí como el padre le decía: “Estoy orgulloso de ti”. Jamás había oído hablar a un padre así, los seguí durante horas. Yo soy un ladrón de amor, he aprendido copiando momentos de amor. Siempre que he abrazado a mis hijos me he acordado de ese hombre”. (Guenard, 2009).

Hoy en día, en el hogar donde acoge a jóvenes con problemas, cada noche, a cada uno, le dice esta misma frase. Y es que el reconocimiento de los que son importantes para nosotros es una caricia para el alma. Sentir que alguien no sólo valora lo que somos, sino que siente satisfacción por ello y nos lo dice… es un estímulo para seguir.

Desde una educación que tiene puesto un ojo en el sentido, desde nuestro deseo de ayudar a nuestro hijo a ser persona, las palabras de ánimo que hemos visto hace un momento y estas expresiones que acarician el alma, son claves para reconocer a nuestro hijo por lo que es y por lo que puede llegar a ser.

 

  • Tenemos la costumbre de “pillar” a nuestros hijos cuando hacen algo que no nos gusta…. Se nos da bien… Forma parte de lo que han hecho con nosotros y que se sigue repitiendo en muchos ámbitos de nuestra vida, donde se juega más a descubrir faltas que logros. Mi propuesta, ahora, es hacer justo lo contrario, intentar descubrir lo bueno que hacen nuestros hijos y “pillarles”. Y en ese momento le haces comprender que te has dado cuenta, que justo eso es importante para ti.

 

  • Refuerza. Técnicamente, el refuerzo es aquello que sucede tras una acción y cuya consecuencia es que se repita. Por eso, si, por ejemplo, le ves leyendo, jugando tranquilamente,…. Refuérzalo con un “premio”, que no hace falta que sea material, porque una sonrisa o un comentario tienen igual efecto. De lo que se trata es de que comprenda que es justo eso lo que te gusta. Y no por capricho, sino porque tienes claro que es lo que necesita para su educación. Sólo una salvedad: elige bien aquello que es conveniente reforzar, porque si lo refuerzas todo, no es efectivo.

 

  • Da caricias. Que las físicas también tienen efecto en el alma. No te cortes. Se espontáneo con ellas…. Nadie ha muerto de sobredosis de caricias… Y no, no se convierten en niños débiles, sino al contrario: los niños que las reciben, se sienten mejor consigo mismo, aumentando su capacidad de amarse y, por tanto, de amar y relacionarse. De nuevo, una salvedad: de dar caricias a ser empalagoso o empalagosa hay una línea que no debemos cruzar. Como siempre, haz lo que mejor reciba tu hijo. Recuerda el poder de un abrazo.

 

  • Una caricia para el alma es reconocerle como persona, valorarle. Algunos hablan de aceptación sin condiciones… hoy, yo prefiero hablar de cariño incondicional. Parte del cariño supone aceptación, pero con el matiz del amor. Hazle entender que le quieres por encima de todo, que es importante para ti, que le aceptas. Para ello, debes primero entender que cualquier persona, también un niño, merece todo nuestro respeto. Y no por eso estamos de acuerdo con todo lo que hacen, y ahí tenemos mucho que hacer para educarles, pero siempre desde el sentimiento básico de aceptación.

 

  • Establece un ritual en que, en algunos momentos, o de forma sistemática, repitas la frase que he mencionado en la introducción: “estoy orgulloso de ti”. Porque recibirlo es un verdadero impulso. Siempre puede haber un motivo para sentirse orgulloso de nuestro hijo o de las personas que tenemos alrededor. Basta con querer hacerlo para darse cuenta de ello. Tú puedes encontrar los motivos y los momentos. En esto, tu hijo y tú sois los que tenéis la clave. Aún recibo en la clínica personas que lamentan no haber recibido estas palabras por parte de sus padres, y niños que se afanan por hacer todo lo que está en su mano para recibir este reconocimiento (como Miguel Ángel, que se ha convertido en el “becario” de su padre para intentar satisfacerle, buscando esa aprobación que nunca llega). Nosotros tenemos  en nuestra mano poder hacerlo. Nunca es dañino. Al contrario, le ayuda a confiar en sus capacidades y a crecer en un espíritu de valoración de los demás. Cuando se trata de decir “te quiero” o “estoy orgulloso” muchos se callan no vaya a ser que se lo crean demasiado… pero no es este el efecto inmediato.

 

  • Dedícale tiempo de calidad. Cada minuto que le dedicas es una verdadera caricia vital. Un tiempo, si es posible, en que lo importante sea estar juntos, por encima de las tareas que haya que realzar y del ajetreo de la vida diaria. Me sorprendo muchas veces teniendo que recordar a algunos padres que sus hijos necesitan que se les dedique tiempo. Muchas veces basta proponerles tan sólo diez minutos de dedicación plena y exclusiva para que los hijos cambien. En ese momento, sólo existís tu hijo y tú. Lo demás puede esperar. Muchos temas de celos se resuelven con este tiempo especial. Hacer lo que os gusta a los dos, hablad, quedaos en silencio… pero en un tiempo que os pertenece y nada ni nadie puede interferir (fuera teléfonos, fuera los demás, que tendrán su momentos, fuera todo lo que cree interferencia).

 

  • Presta atención cuando te habla. Supone mucho más que entender o escuchar lo que está diciendo y dar un paso a centrarse en él como persona. No importa tanto lo que diga, que seguramente es importante para él o ella aunque no te lo parezca, sino que sienta que estás, en ese momento, centrado en él. Que toda tu persona escucha y atiende. Sentir que somos importantes para alguien y nos presta atención nos hace sentir que valemos la pena como personas, en un camino siempre por recorrer de aceptación de nosotros mismos. La atención es un regalo que llega directamente al alma.

 

  • Reconoce sus fortalezas. El concepto de fortaleza viene de una forma de entender la psicología en que no se parte de lo que no funciona, sino de aquello que sí marcha bien. Creo que tenemos que hacer, muchas veces, un esfuerzo por situarnos en esta misma posición y reconocer las habilidades, potencialidades y virtudes de nuestros hijos. Porque todos las tenemos y cuando nos las validan, nos animan a seguir desarrollándolas y a aprender nuevas.

 

No es complicado acariciar el alma de nuestros hijos, hacerles sentir un bienestar interno que les ayude a crecer como personas. No tengas miedo, al contrario de lo a veces creemos, estos gestos no sólo no hacen que nuestros hijos sean dependientes, sino que, al contrario, les hace fuertes.